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Por Natalia Silberleib[]


Hoy en día, el arte es comprendido y debatido a través de muestras temporarias, principal medio de distribución y recepción de arte, como un complejo de representaciones institucionales, sociales y posiciones personales. Esta clase de muestras constituye también una importante operación comercial y exhibe el modo en que arte e industrias culturales se vinculan.

Las instituciones que organizan esta clase de muestras producen catálogos de las mismas. Por lo tanto establecen sus propias políticas editoriales cuando deciden qué tipo de catálogos realizan, con qué contenidos y con qué presupuestos. La publicación de catálogos forma parte de una tarea indispensable, que es la formación de públicos y la educación del mismo. El catálogo informa sobre la fundamentación teórica de la muestra, su aporte al arte en general, brinda información sobre el artista, las posiciones actuales respecto a lo que se muestra y constituye también una memoria y un registro para el espectador que lo libera del simple recuerdo.

En el caso de los catálogos de arte, ya sean publicados por museos, salas de exposición, galerías o coediciones, su proceso de edición y producción se entrecruza con el período de organización de las muestras. Dado que hoy en día prácticamente todas las muestras se piensan con sus catálogos, la producción de los mismos depende del cronograma de las muestras, mas exactamente de la inauguración de las mismas.

Hablaremos aquí de ciertas particularidades de este objeto editorial y de su interacción con el mundo del arte.

Catálogos de arte[]

Desde siempre, los catálogos cumplieron un objetivo específico, se destinaron a un tipo de público y tuvieron también su particular distribución y consumo. Funcionan, tanto entonces como ahora, como un elemento que agrega valor a la obra: una obra de arte publicada en un catálogo acrecienta su valor de mercado y esto hace que tanto las instituciones como los coleccionistas deseen tener publicadas las obras que poseen, ya que posibilita el incremento de valor de las mismas.

El paratexto editorial comunica de determinada manera la información sobre artista, autor, editor, editorial, etc. El libro es el producto tangible de todas las interacciones que se producen entre estos actores, sin embargo en la percepción simbólica suele remitir solamente al artista catalogado. Se trata de un replanteo para ambos sistemas: el de la edición y el del arte.

Es también en este terreno que se analizan ciertas percepciones: ¿por qué la mayoría de las personas llama libro en la librería lo que en el museo, durante la muestra, llama catálogo? ¿cuál es la percepción simbólica de ambos objetos que en realidad es uno?

La publicación de catálogos y de libros-catálogo ayuda tanto a la formación de públicos como a la formación de lectores. En el primer caso, completa la visita a la muestra, la registra y la complementa. Define y refuerza el objetivo de la misma, y ayuda tal vez a dirigir la intención de la visita, de la mirada. Como lector, le permite al espectador dejar de depender de su memoria para tener el registro impreso de la muestra y lo ayuda también a relacionar lo visto y lo vivido con los textos y los contenidos históricos o intelectuales del libro. De alguna manera, así como el registro escrito surge cuando ya no se quiere depender de la memoria para recordar textos, catálogos y libros–catálogo son el vehículo de la recreación de la experiencia museística, transformada ahora en experiencia de lectura.


El catálogo como género editorial[]

Los catálogos de arte funcionan dentro del género editorial del libro de arte junto a los libros ilustrados, los libros-catálogo, los libros de fotografías y en los límites del género, los ensayos sobre temas de arte.

Un libro-catálogo (catálogo científico en España) es un libro que suma al listado de obras reproducidas una serie de estudios, ensayos y materiales sobre la muestra a la que acompaña. Este tipo de producto editorial surgió no hace muchos años y es el formato más utilizado actualmente en las muestras temporarias de arte. Tiene su explicación en el formato actual y encuadramiento de las mismas como un producto cultural globalizado y exportable, generador de productos “adscriptos” a ella.

En este sentido, el libro-catálogo se desplaza hacia el mundo de la edición por ser un producto editorial complejo, que involucra diferentes tipos de texto (verbal e icónico) y que exige mayores competencias profesionales y mayores equipos. También es una “precuela” de la muestra ya que representa la investigación que le dio origen. Por eso se diferencia de los catálogos: los primeros muestran prácticamente solo lo exhibido mientras que los segundos lo complementan, amplían y explican ¿son un complemento necesario para el arte contemporáneo que construye de otra manera su objeto, cuando a veces la obra no es el tema central?

En un sentido profesional los libros-catálogo están condicionados por cuestiones de tiempos, cronogramas y presupuestos. Hoy forman parte del dispositivo de la muestra desde el proyecto inicial y se escriben y producen en paralelo a ella. Por cuestiones comerciales, estratégicas y de marketing tienen que estar a la venta cuando se inaugura la muestra por lo cual se reducen las posibilidades de que muestren imágenes de la museografía de la exhibición. El anterior concepto de catálogo ponía más énfasis en lo que se veía mientras que hoy, los libros-catálogo lo ponen en lo que no se ve de la muestra.

Es interesante el comentario de una persona entrevistada que observó que los catálogos no suelen registrar las obras tal cual fueron expuestas, es decir, más que reproducciones de las obras, esperaba ver fotos de sala, fotos que la devuelvan o su experiencia original como visitante o a su necesidad de conocer las condiciones reales de la muestra. Lo que sucede es que la experiencia de la visita y la de la lectura son necesariamente diferentes. Los catálogos y libros-catálogo en realidad sí reproducen el espacio expositivo, pero lo hacen en modo conceptual, reponiendo las imágenes como parte de ese relato. Este punto evidencia cómo muestra y libro son soportes expositivos diferentes. Pero hay un punto donde la gente considera tan seriamente el catálogo como registro de la muestra que le pide al catálogo que reponga la experiencia total.

No deja de ser menos política la función educadora del catálogo. Algunos curadores sostienen que el catálogo es un espacio de creación y de producción intelectual curatorial más accesible que el del espacio académico. En ese sentido, se desarrollan teorías novedosas o diferentes de las “oficiales” que se proponen a las personas que visitan la muestra y que compran los catálogos. La función educativa cobra gran importancia entonces porque facilita la difusión y el acceso a las obras y a las muestras.


Las dos lógicas de los catálogos de arte[]

Según Bourdieu, el campo artístico vive dos lógicas económicas, por un lado la antieconómica del arte puro que rechaza lo comercial; por el otro, la económica que, “al convertir el comercio de bienes culturales en un comercio como los demás, otorga la prioridad a la difusión, al éxito inmediato y temporal, valorado en función de la tirada y se limita a ajustarse a la demanda preexistente de la clientela” (Bourdieu, 2003:214). Ambas lógicas se combinan para generar tanto beneficios económicos como simbólicos. Es esa combinación la que se verificará en la producción de los catálogos: el valor simbólico del arte más el de los catálogos, como parte de una “operación artística de mercado”, que impacta por fuerza en una lógica económica. Estas dos lógicas tienen también incidencia sobre el público: mientras que la comercial, más cercana al catálogo, no hace demasiadas distinciones de público, las obras de arte pura tienen un público y una circulación más restringidas.

Actualmente, las muestras temporarias son el principal medio de distribución y recepción de arte y por ende, la principal agencia en la comprensión, los debates y críticas sobre el arte contemporáneo. Las exhibiciones, a través de sus catálogos, dejan sus huellas en la historia del arte, el periodismo, la crítica académica y de la antropología cultural. El modelo del libro-catálogo se fue imponiendo y obligó a artistas e instituciones a actualizarse según avanzó la sociedad y la economía global. Esto hace que “funcionen” mejor dentro del campo editorial. De todo lo expuesto, surgen las siguientes cuestiones: ¿es la producción de catálogos una inversión más simbólica que económica?, ¿reponen para los artistas jóvenes lo que los consagrados ya han acumulado?, ¿acercan o alejan a las personas del museo?


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En la posmodernidad crecen también los espacios de exposición; los eventos y los libros aparecen para legitimar esos eventos. Además, muchos de estos formatos de muestras son trasnacionales y requieren de complejos sistemas de organización. De ahí que el catálogo evoluciona como libro-catálogo, se profesionaliza y globaliza. Las muestras empiezan a convertirse en experiencias, espacios, instalaciones, lugares de donde el público puede llevarse una parte, muestras que se arman y desarman. El libro-catálogo completa las piezas, las articula, exhibe y une el proyecto original y general de la muestra que no está necesariamente expuesto. (espacio expositivo: vinculado a la experiencia / espacio de exposición: el museo). Su demanda y consumo se basa en un público que se amplía, que busca algo que lo vincule en el tiempo a la experiencia que vivió.

¿Actúa el libro catálogo como marco como un conocimiento previo del lector que se activa con la memoria?, ¿el arte es autosuficiente o necesita de todos estos soportes y complementos para completar su modo de existir?

El panorama actual de la edición de arte[]

En 2005, Daniel Molina (diario La Nación) destaca que se siguen publicando valiosos libros de arte a pesar de las dificultades del sector ¿editorial o del arte? «Y señala que no solo aumentó considerablemente el número sino también la calidad de las publicaciones. Se puede decir que la expansión vertiginosa que está experimentando el mercado del arte contemporáneo es ahora acompañada de cerca por la producción editorial» (La Nación, 2005). De los 17 libros de arte que reseña, ocho son catálogos de muestras que se realizaron ese mismo año.

En el mismo año la revista Ñ publicó una nota “El arte invadió las librerías” donde Pérez Bergliaffa señala que los libros especializados, revistas y catálogos de obras y colecciones aumentaron en modo considerable desde el 2003 y pese a la crisis del 2001. Reflexiona sobre la importancia del catálogo: «... a más catálogos, mayor circulación de la información sobre un artista, mayores oportunidades de exhibición de una obra, más material a mano para que los investigadores hagan su trabajo y los críticos publiquen notas, mayor reconocimiento en varios niveles y (si el artista vende) por supuesto, mayores cotizaciones de las obras». También sostiene que este tipo de obra ocupa el lugar central en las bibliotecas de arte.

En 2006, Alicia de Arteaga, también en el diario La Nación vuelve a reflejar este auge como la otra cara de la expansión de los circuitos de las artes visuales. Lo que la crítica señala es que no solo las publicaciones alcanzaron gran calidad y diversidad sino que surgieron nuevos editores.


Conclusiones[]

Actualmente, con el aumento de la edición de libros de arte y de libros-catálogo y el crecimiento en su consumo, resulta necesario incorporarlos como tema de estudio y como problema a analizar. Se trata de rescatar el objeto catálogo como un espacio que refleja y hace perdurables las relaciones sociales de producción vinculadas a la esfera del arte y las instituciones que lo regulan. El catálogo es un objeto editado y editar es una acción política: implica operaciones de selección de autores, de artistas, de imágenes, de temas, de diseño, de distribución, etc. Cada edición es una creación única y significante.

Un texto puede cambiar su sentido cuando cambia el soporte en que se lo da a leer que es lo que sucede en este caso: pasa: de una sala de exposición al libro. Cambian las lógicas de inscripción, de perdurabilidad y de lectura. Definir esos espacios, conocer, analizar y comprender esos procesos a través de la producción de catálogos de arte es la tarea que nos permitirá comprender mejor el modo en que operan las instituciones y en que se articulan los diferentes actores (emisores y receptores) de las políticas culturales.

Preguntarse quiénes consumen libros-catálogo (legos y/o especialistas), qué tipo (eruditos o generales), por qué (recuerdo, posesión de un objeto de lujo, por estudio e investigación), el parámetro para adquirirlos (decorativo, coleccionismo, consulta, investigación) podría sumar nueva luz sobre la circulación del consumo del arte pero fundamentalmente sobre el consumo, uso y funciones de las publicaciones de arte. Si bien estas suelen ser costosas, difíciles de conseguir, de bajas tiradas, con poca tradición de reimpresiones, funcionan muchas veces como objeto de culto lo cual no los debería dejar quedar fuera del circuito general del libro.

Observamos también que los discursos curatoriales de los libros-catálogo están relacionados a las políticas de las instituciones donde se producen. Pero no todas las instituciones convocan al mismo tipo de público como no todos los libros son leídos por el mismo tipo de lector. Un catalogo necesita tanto ser leído para completar su existencia social tanto como una exposición necesita ser visitada. Solo así se termina de concretar la operación “política”, social y cultural. Esto nos lleva a pensar otras cuestiones: ¿cómo se construyen los museos e instituciones a través de los catálogos que producen?, ¿qué perdura verdaderamente a través de ellos: el museo, el artista o tema, el curador o la investigación?

¿Podrán, tanto el campo del arte como el campo editorial aprovechar las sinergias y oportunidades que generaría el trabajo en conjunto? (algo que ya queda verificado en el mercado anglosajón desde el Museum Publishing). Catálogos y libros–catálogo son la unidad y el criterio de autoridad simbólica que trasciende el tiempo y el espacio de aquello que les dio origen.


Propuestas[]

Se ha visto que en la Argentina la edición de libros–catálogo es muy reciente y que su producción debe aún profesionalizarse y entrar de lleno en el mundo editorial, en el sentido del mundo de los publishers. Tienen además un rango de consumidores que van del público en general a los investigadores y especialistas, lo cual demanda que este producto deba pasar por un proceso de edición muy cuidadoso y consciente.

Es necesario que el género termine de consolidarse y que acompañe las importantes muestras que se producen en la Argentina con emprendimientos asociativos que permitan el trabajo en conjunto de museos y otros espacios de exposición junto a universidades, fundaciones y fundamentalmente editoriales. La participación de editores profesionales, junto a los curadores de las muestras, permitiría desdoblar tareas, optimizar tiempos, profesionalizar equipos y generar mejores oportunidades de distribución, circulación y consumo.

Deseamos también que los aportes teóricos presentados permitan pensar de un modo diferente e innovador un problema que fue poco analizado hasta ahora. El campo del arte considera el tema de los catálogos de arte como una parte indisociable de las muestras y, más allá de estas, como una de las competencias específicas de curadores e investigadores. El catálogo de arte es el espacio donde se vierten no solo el relato curatorial sino una serie de teorías, actualizaciones y propuestas. En este sentido, trasciende su propio campo y produce conocimiento y saber. Esto deriva en la interacción con otros campos, como el editorial, con el que se asocia para transmitir y difundir esta producción pero también con el de otros especialistas. El trabajo resulta complejo, valioso y debe ser considerado en toda su dimensión. Esos vínculos y los paralelismos constantes entre ambos campos se pueden apreciar en las fichas comparativas por cada caso. Por ello, el soporte catalogal, en su formato más adecuado de libro-catálogo ya no puede prescindir de otras competencias profesionales.


Anexos

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